HACIA UNA MEDICINA SIN PACIENTES

El "intérprete" necesita una gran preparación,
pues debe traducir de una lengua no verbal
a otra que sí lo es, ¡todo un reto!

Te invito a crear con nuestra imaginación la siguiente vivencia: Estamos junto a un ser muy querido...  curiosamente para hablar con él empleamos a una tercera persona. Está corre de uno a otro con mensajes, preocupada por trasmitirlos con la suficiente fidelidad y por no perturbar en demasía nuestra intimidad. Esta escena tendría sentido sólo si fuese necesaria la labor de un traductor, si las dos personas hablasen lenguajes distintos. Todo sería más sencillo si uno aprendiese la lengua del otro; sobre todo teniendo en cuenta que los dos seres tendrán que vivir muchos años uno junto al otro, y que el bienestar de ambos depende de una buena relación.
            Ahora, demos nombres a los tres personajes: el primero eres tú mismo, el segundo es tu cuerpo y el tercero es tu médico. ¿Qué te parece…?  Este trío es el fundamento de todas las medicinas….al menos hasta este momento. Si fuésemos capaces de dialogar con nuestro cuerpo no necesitaríamos un interlocutor científico, que tratase de desvelar qué males padecemos y cómo prevenirlos. Durante miles de años nos hemos ido acostumbrando tanto a esta situación que no solo se nos hace impensable prescindir del “mensajero”, sino que además hemos llamado avance científico al hecho de delegar cada vez más  nuestra salud en el médico.
            El médico tiene que prepararse durante muchos años para poder entender, en un lenguaje complicado, laborioso y distante,  a una pequeña parte de los mensajes que nos manda nuestro propio cuerpo. En el fondo, es como si tuviésemos que emplear nuestro teléfono móvil, con el gran esfuerzo tecnológico que supone, para hablar con una persona que está  a unos pasos, justo enfrente de nosotros. ¿Consideraríamos a esto un buen empleo de tan alta tecnología….? ¿Por qué en el caso de la medicina lo aceptamos como progreso…?
Aprender a escuchar y a sentir
a nuestro propio cuerpo es la
llave para convertirnos en los
creadores de nuestra salud y dejar,
así, de ser pacientes.
            La respuesta está en las creencias aceptadas inconscientemente, que han fomentado la desconfianza e incluso el miedo a nuestro propio cuerpo. La base materialista de nuestra medicina nos ha limitado la idea de cuerpo a lo físico, desconectándolo de esas otras partes nuestras que alimentan lo que vemos. Todo esto hace que los avances en medicina supongan grandes esfuerzos humanos y económicos, a la vez que las llamadas enfermedades crónicas van en aumento. Así, nos encontramos con la paradoja de tener una población más longeva a la vez que la salud de la misma disminuye.
            Todo esto forma parte de un “juego” mucho más amplio: la segmentación y cesión de la mayor parte de nuestro poder. Gracias a él hemos experimentado el victimismo, pero también la solidaridad. No tiene sentido juzgarlo, pero para salir de él es necesario reconocerlo.
            La llamada medicina cuántica, aún no presente en nuestras universidades, trasciende el materialismo y permite reconocernos no solo como un cuerpo físico, sino también como parte de un campo unificado y, en última instancia, como conciencia creadora: todo un salto cuántico en el conocimiento. Gracias a su desarrollo se están entendiendo curaciones inexplicables para nuestra medicina oficial, que mediante el uso de  su sistema “inmunitario” ha sabido ocultarse a sí misma. Como muestra de este progreso te tengo reservada toda una sorpresa, amigo lector, el maravilloso y sorprendente documental “La matriz de la vida”, en el que varias personas explican sus “inexplicables” sanaciones y otros tanto profesionales nos dan su visión desde la nueva medicina que, sin duda, es un gran paso en el camino de aprender a comunicarnos con nuestro propio cuerpo y de ir erradicando la palabra paciente de la medicina. Ponte cómodo y disfruta: